28/11/09

ACCIÓN DE GRACIAS

Las abejas son grandes maestras. Ellas pueden esconder enseñanzas importantes para cada uno de nosotros.
Por ejemplo, si miro el orden de las abejas y el orden de los humanos, lo primero que una puede sentir usando la comparación, es que la humanidad debe estar en tiempo de confusión. Viendo cómo se organizan unas y otros, se ve que el hombre necesita mucha ayuda para que vuelva a entender las cosas esenciales; y que el vivir sea más fácil y verdadero.
Observando a las abejas, puedes comprobar que responden, de forma especializada, al Espíritu de la colmena. No hay espacio para el desorden. Unas son princesas, otras obreras; están los zánganos y la reina. Todas tienen una función concreta, y responden a un orden dado con obediencia eficiente. Por eso el funcionamiento de una colmena puede llegar a ser tan preciso, armonioso y bien conocido.
También, con paciencia, se puede ver cómo las abejas se giran hacia el calor del sol; cómo se vuelven locas con la primavera, y hasta comprobar lo fieles que pueden llegar a ser a la luz. Veo una verdad en su comportamiento, como algo que no puede ser de otra manera. Pero entonces, viéndolas a ellas , y a nosotros, me salen preguntas de angustia que se pueden resumir en por qué el hombre no sabe responder en su vivir como ser humano.
En este punto intento que las abejas me ayuden a entender, y sale:

La necesidad de girarse a lo que está vivo; y que todo lo que no coge esta disposición, se va muriendo.
Pero lo vivo tiene sus leyes; hay que conocerlas –y respetarlas- para que la vibración vital de esta ley de su fruto correspondiente.
Por ejemplo, las abejas saben que con el calor del sol está en las flores. Y con las flores, el polen. Aquí tienen su alimento. Pero no se les ocurre buscarlo en el invierno, ni en la noche, cuando la fuerza del sol está más débil.
Se puede decir que Ellas no hacen trampas, y conocen casi con precisión de reloj sus funciones naturales.
Pero, en cambio, el hombre sí hace trampas, y además, lucha con sus leyes primordiales, creando una profunda herida en el centro del Universo. Entonces, entiendo que el hombre se mueve entre dos realidades que le hacen ir muriendo de su origen: el olvido y la burla de su pertenencia divina.
Siento que a diferencia de la abeja, hemos olvidado cuál es nuestro alimento de vida; y, quizás, lo más desordenado e hiriente para nuestro corazón, es que ya no podemos oír el Espíritu que nos ordena.
Pero yo sé que no está todo perdido. Si el hombre tiene dos realidades que le hacen enfermar, también le ha sido dada dos armas que tienen el poder de reintegrarlo dentro del cosmos: la capacidad de recordar y la acción de gracias.
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Sé que no está todo perdido...

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